
Desde que la perspectiva decolonial diera sus primeros pasos, con el encuentro entre Immanuel Wallerstein y Aníbal Quijano a inicios de la década de los años noventa (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007), se han multiplicado los esfuerzos académicos por decolonizar la producción del conocimiento científico a partir de constatar su función en la expansión y reproducción del orden colonial basado en la jerarquización racial de los grupos humanos.
De acuerdo con la reflexión descolonial, la racionalidad científica como única y superior modalidad para producir conocimiento tuvo como condición de posibilidad al ego conquiro (Dussel, 1992) y se caracteriza por el carácter provincial (eurocéntrico) del trabajo científico, reduciéndolo a dispositivo que promueve la universalización de la concepción ontológica occidental (Wallerstein, 1996; Chakrabarty, 2008). En tanto sustento epistémico y geopolítico del proyecto civilizatorio de la modernidad occidental, la racionalidad científica ha sido cómplice de los procesos genocidas y epistemicidas de Occidente (Grosfoguel, 2013). Finalmente, para la perspectiva decolonial, de seguirse organizando la vida en la tierra acorde a ella, la humanidad está en riesgo de extinguir todas las formas de vida conocidas (Blaser, 2017). (....)
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