Ante la vida y la realidad quebrantadas, la literatura despliega, desde los bordes, unas “poéticas” que se adentran en la fragilidad humana, en las zonas oscuras de la sociedad. Su potencia simbólica reside en su despliegue estético, pero también, en las derivas de orden ético y político que se desprenden de sus composiciones. Desde tiempos inmemoriales, la creación literaria ha sacudido las verdades cristalizadas, ha hurgado los silencios más recónditos y ha desnudado las metáforas que nombran, con sutileza y arrojo, las bellezas y los horrores que habitan la existencia.
En estos develamientos ha desnudado no solo la vulnerabilidad presente en las distintas edades y visiones construidas; también las gramáticas de la intimidación, el miedo y la violencia, la acción totalitaria, el atropello de la vida. Caben allí todas las dolencias de la humanidad: las que se heredan, las que se van formando en las propias trayectorias vitales, las que provocan los regímenes de la fuerza violenta. Este resquebrajamiento continuo ha provocado en el campo literario una intemperie creadora de experiencias de fuga.
Ni la intemperie ni la creación acontecen solo en los autores o autoras; los personajes de sus obras son lanzados también a una orilla donde el peligro acecha, donde el cuerpo enferma, donde un inmenso nubarrón cubre el horizonte existencial. No obstante, también son posibles el destello, la invención cotidiana que aferra al vivir allí donde todo parecía imponer la muerte y el desmoronamiento. A través de esas tramas, la condición humana se reconoce en sus memorias de dolor, de miseria y de belleza. De ahí su carácter iluminador en tiempos de crisis, en los que se asiste a una convencionalidad trastocada, a un caos que irrumpe con ferocidad. La guerra, la enfermedad y distintas formas de dominación son algunas de esas manifestaciones que estremecen la habitualidad y abren las heridas más hondas. La pluma no ha guardado silencio frente a ello, ha reaccionado con narración, poesía y drama.
Dentro del vasto universo narrativo hay producciones de la literatura contemporánea que han captado con una hondura formidable ese mundo roto. Este texto centra su atención en algunas obras que constituyen vías de construcción de sentido alrededor de esas sombras y vislumbres de creación que emergen para fundar nuevas respiraciones. El corpus seleccionado comprende La edad de hierro (2002) y Vida y época de Michael K (2014) del sudafricano John Maxwell Coetzee; El asedio de Troya (2020) del escritor griego-sueco Theodor Kallifatides, El señor Pip (2008) del neozelandés Lloyd Jones, Multitud errante (2015) y Los ejércitos (2007) de los autores colombianos Laura Restrepo y Evelio José Rosero, respectivamente.
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