El discurso es una práctica social que permea la actividad académica y, por tanto, los procesos de escritura y lectura que se producen en ella. En esta situación, la escritura es una práctica que orientada en un saber-pensar requiere la vigilancia de propósitos comunicativos, procedimientos de elaboración, grado de información, operaciones y géneros discursivos, imagen del autor y del lector, contenidos explícito e implícito, eliminación de la ambigüedad, formas de argumentación y razonamiento, inferencias, etc., puestos estos factores en el terreno de la interdiscursividad social.
Es tal su complejidad, que la escritura es sostén de la evolución cultural y cognitiva del ser humano. El tránsito del mito a la ciencia, de la sensibilidad a la razón y de esta a la imaginación, confirma que el gran discurso de la cultura perfila los modos de ser y hacer humanos y regula la interacción social. La cultura, como huella de lo humano, perdura en la escritura. Convivir dentro de la cultura, además de la vivencia, del participar y compartir, del identificarse, requiere navegar en el flujo de discursos, ser miembro activo de las múltiples mediaciones que históricamente cruzan la sociedad, lanzarse a la corriente histórico-social de los géneros discursivos, fluir en ella a través de los mundos típicos de la cultura escrita que identifica maneras de vivir de cada época. Esto es parte del menú exquisito de escrituras que abren y cierran un círculo con la lectura.
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