Ese trabajo empezó precisamente con profesores de los primeros años de universidad, que reciben a los jóvenes bachilleres y se quejan de lo mal preparados que llegan. La mejor opción parecía ser colaborar con los profesores de los colegios que daban matemáticas, física y química, para que cuando los estudiantes llegaran a la Universidad no tuviéramos que repetir otra vez los mismos cursos de décimo y undécimo –y muchas veces los de octavo y noveno–, y poder comenzar nuestro trabajo con más seriedad y calidad.
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