Incertidumbre, complejidad y pertinencia son los desafíos que enfrenta la producción de saberes en un horizonte marcado por transformaciones, cambios y mutaciones en todos los niveles de la experiencia humana. Como nunca antes, se asiste a una época de constante movimiento y aceleración, de simultaneidades y múltiples racionalidades, de avalanchas de información y diversidad de lenguajes, de retos y desafíos para una escuela pensada más allá de los muros de las aulas.
Es un tiempo de polifonía, de “heteroglosia”1 y de discontinuidad, un espacio donde el instante se ha convertido en medida y definición del tiempo y en el que de forma innegable las tecnologías digitales se han posicionado como escenarios fundamentales para la consolidación de las relaciones sociales, los imaginarios colectivos y las prácticas culturales.
Ese contexto ofrece un panorama amplio e inquietante, en el que el saber empieza a pensarse desde el cuestionamiento y el carácter parcial de la verdad, en una relación directa con una perspectiva sociocultural en la que nociones como la durabilidad, la densidad y la profundidad dan paso a concepciones desde la movilidad, la liquidez y la levedad. Un cambio de perspectiva consecuente y en sintonía con el agotamiento de los proyectos modernos y la exploración de nuevos escenarios en los que el peso de los relatos orientadores, como señala Lyotard (1987), fue reemplazado por el dinamismo de la deslegitimación y el carácter performativo de las nuevas posibilidades de gestión del conocimiento y su consolidación en clave directa con los avances gestados por el desarrollo de las TIC.
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Redes Sociales DIE-UD