El reto del docente está en conocer a las nuevas generaciones de conformidad con el contexto histórico; su labor formadora y su práctica pedagógica debe partir del conocimiento y aceptación de la experiencia juvenil y de la cultura escolar, con el fin de cambiar el esquema tradicional que ha ocasionado rupturas y tensiones entre maestros y estudiantes, situación que los distancia y hace más difícil la práctica pedagógica.
En ese sentido apuntan los autores de La escuela violenta que “siendo el docente un actor central” en el medio escolar, también lo es de la violencia que se genera en la escuela en sus diferentes formas y manifestaciones (Parra, González, Moritz, Blandón & Bustamante, 1998:93).
En ese lugar de encuentro diario los docentes se ven abocados a vivir situaciones que por el mismo ejercicio de su labor no parecerían violentas, sin embargo, en el espacio de la escuela y fuera de ella, en el contacto diario con los miembros de la comunidad y en la inmersión en la cultura escolar los actos violentos tocan al docente, fortaleciendo tensiones y rupturas que desplazan su tarea formadora y afectan significativamente la calidad de la educación.
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