El proyecto de la modernidad y su correlato pedagógico enfrenta hoy críticas severas por los desmanes de la ciencia y la tecnología, la barbarie de las guerras mundiales y los daños ambientales (Sloterdijk, 2000). Por un lado, la experiencia de sí y de vida compartida desborda aquella idea de formación instruccional e institucional. Los sujetos (desde la infancia y la juventud) buscan hacerse por sí mismos, formarse, diferenciarse, lograr reconocimiento no solo en la escuela, sino a través de diversas experiencias en la ciudad, en movimientos y agrupaciones sociales y a través de medios y tecnologías. La formación como humanización de los “no civilizados” está puesta en cuestión (Narodowoski, 1999; Sáenz, 2007; Rueda, 2012). De otro lado, las estructuras políticas y económicas ya no están organizadas siguiendo el modelo de la sociedad nacional, pues hoy vivimos en sociedades globales de poderes multilaterales apoyados también en la expansión de los medios masivos y las tecnologías digitales. Así estas tecnologías se convierten en dispositivos de un nuevo biopoder que privilegia las capacidades de crear, imaginar y comunicar de los seres humanos, en medio del mantenimiento de viejas y nuevas formas de explotación del trabajo y que se ensamblan de maneras paradójicas al modelo de producción y rentabilidad actuales. De ahí que con Stiegler resaltemos el carácter farmacológico de las tecnologías: como remediopotencialidad de despliegue humano y al tiempo como veneno, como empobrecimiento y amenaza del mismo.
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