De acuerdo con James y Prout (1997), Corsaro (2011) y Rodríguez (2007), es necesario distinguir analíticamente entre infancia y niños, siendo la infancia una construcción social que se constituye de discursos, saberes y prácticas relacionados con los niños, tanto en sus dimensiones psicobiológicas como en su carácter sociocultural y subjetivo. Desde los inicios del siglo XIV, la infancia emergió como un discurso que buscó diferenciar la realidad de estos seres humanos, recién llegados al mundo, de la de los adultos (Ariés, 1987). Este hecho social trajo consigo la producción de dispositivos basados en la normalización, el cuidado y la escolarización, los cuales, progresivamente, sintonizaron la producción de la subjetividad de los niños con las orientaciones del Estado nacional en proceso de consolidación. Por esta razón, uno de los rasgos de esta invención social fue infundir en estos seres pequeños la regulación y la continencia, las cuales configuraron las bases del proceso civilizatorio en el mundo europeo (Elías, 1997). Este proceso exigía en los individuos altos niveles de racionalización no solo para el desarrollo de sus interacciones sociales, sino también para el ejercicio de la producción, el consumo y la ciudadanía.