En Colombia, particularmente en los últimos 25 años, la investigación en educación ha jugado un papel importante como eje de gestión de conocimiento, centrado en intereses diversos que tienen que ver con demandas sociales, culturales, territoriales, epistemológicas, políticas y económicas, que han permitido la proliferación de distintos programas de doctorado en educación (que para el año 2000 era de 12 programas, para 2017 había 17 más, y para 2023, se adicionan 21, para un total de 50, estando 41 activos para el 2024). Esto ha, posibilitado distintas oportunidades de formación de alto nivel, particularmente en docentes de preescolar hasta los universitarios, como también de otros profesionales, interesados en la pedagogía, la didáctica y su relación con otras disciplinas que investigan sobre la educabilidad, enseñabilidad y aprendibilidad, permitiendo así su acceso a las comunidades académicas en el campo socio – humanístico educativo. Esta proliferación, e incluso masificación de la oferta doctoral en educación produce no solo diversidad y flexibilidad sino al mismo tiempo, compartimentalización y aislamiento de propuestas, al ir de lo muy general a lo super especializado y especifico del campo educativo y de zonas borrosas en los límites territoriales con otros campos de conocimiento y saber, con propuestas formativas que van desde los 3 hasta los 5 años (y que en la práctica se extienden a varios años más), la gran mayoría de ellos en la modalidad presencial. Esta situación puede estar dificultando las relaciones y colaboraciones epistémicas, ontológicas y metodológicas que consoliden unidad de campo y su pertinencia actual. En este contexto, hay un gran interés por establecer puntos de acuerdo y de diferencia, no solo en esta conceptualización sino de su impacto que generan en nuestra sociedad.

Las actuales realidades del mundo asociadas con las implicaciones de los avances en inteligencia artificial, el cambio climático articulado con enfermedades pandémicas, y la desestabilización de la paz mundial por las guerras trasnacionales, vienen generando una especie de “nuevo orden mundial” y por ende de “cambio social” transformando cosmovisiones hacia un mundo cosmopolita que demanda la uniformización del mundo, como lo presenta Ulrich Beck (2017, p.31) al considerar que este se encuentra en estado de metamorfosis y giro copernicano 2.0 donde “… el imperativo de considerar la nación como la estrella fija alrededor de la cual gira el mundo está siendo sustituida por la obligación de concebir el mundo y la humanidad como si fueran estrellas fijas alrededor de las cuales giran las naciones”, reconociendo la vulnerabilidad y responsabilidad de todos. Esta situación demanda del campo educativo de nuevas concepciones, prácticas, posiblemente inimaginables hasta el momento, que desde posturas críticas sean acordes con la velocidad de las transformaciones, las posibles amenazas de uniformar y controlar el mundo por un ente supranacional emergente de gobernanza mundial, posibilitando espacios educativos flexibles de cambio general, manteniendo la democracia, los derechos humanos y la sustentabilidad del planeta.

La situación actual de cambio social, moviliza hacia una educación resiliente, de cohesión y de esfuerzo sinérgico por la superación de conflictos asociados con la problemática ambiental – bélica - tecnológica, para la mejora de calidad de vida y el desarrollo cultural más que en las ideas tradicionales de progreso y crecimiento, para lo cual, una formación para el desarrollo humano, la sustentabilidad planetaria, la creatividad, la capacidad crítica, comunicación, educación emocional y colaboración se vuelven estratégicas para aprender a vivir en el Antropoceno.