El asunto de la subjetividad ha tenido diferentes abordajes y modos de ser teorizada en las ciencias sociales y en la educación, desde las posiciones que dan más peso a aspectos biológicos y morfológicos a aquellas que se asientan sobre aspectos lingüísticos y culturales (Kriger y Carretero, 2011; Ruiz y Prada, 2012). La psicología también juega un papel importante en la regulación de los significados que los sujetos pueden apropiarse para hablar de sí mismos y para autocalificarse como sujetos con densidad histórica, social y política (Kriger, 2010). Así, es posible decir que los sujetos que se reconocen dentro una categoría particular actúan en función de ella, generando creencias sobre sí mismos y detectando regularidades que le permiten nombrarse y asumirse como persona (Gergen y Gergen, 1984; Rosa, 2000; Rosa y Blanco, 2007).
Lo que sea que se entienda por subjetividad deberá estar siempre justificado en términos de las implicaciones sociales y relaciones intersubjetivas promovidas; pero también en términos de las apuestas de sociedad que están en juego y del tipo de institución social que la enmarca. De este modo, la subjetividad no solo se nutre, sino que se configura a partir de las relaciones con la otredad, a partir de la alteridad.
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