Desde luego, Dios es –por antonomasia– el invisible (Deus Absconditus). La tradición, sin embargo, ha enseñado que lo vemos en el rostro: del huérfano, de la viuda, del desplazado, del perseguido, del segregado; en fin, en las víctimas. Pero, ¿cómo aparece este invisible en el arte?
Primera hipótesis: por el desasimiento (hexis mystica, Unio Mystica), despojo al que se llega desde la radicalidad de vivir la pobreza.
Segunda hipótesis: mediante el arte –en el despojo y la desnudez de todo sentido que lleva a tener que reemprender la tarea de crear desde el origen más originario y originante, en el abismo del sinsentido– se salta hacia el ser desde la nada –nuda, raizal, radical–.
Tercera hipótesis: el extremo de la pobreza es la carne que sólo puede ser constituida por otra carne, al entroncarla en el circuito del amor; y, sin embar- go, ella tiende permanentemente a ser positivizada (¿reducida? No, envilecida) como mero y simple cuerpo.
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