¿Por qué somos racistas?

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Foto de Sandra Soler en la página del DIE-UD
Sandra Soler Castillo
Doctorado Interinstitucional en Educación

Empecemos por decir, y que quede claro, que nadie nace racista. Entonces, ¿de dónde proviene esta práctica generalizada de clasificar y atribuir valores a las personas por sus rasgos fenotípicos y sus características culturales? Antes de intentar responder, me permito referir una anécdota. Hace poco comenté a un amigo que pensaba escribir un texto corto sobre el tema de los orígenes del racismo, y me respondió, “creo que el tema requiere una tesis doctoral, como mínimo”. Sin duda, concuerdo con él. El problema es complejo e incluye muchas aristas. Parte, sin embargo, de la asunción de que el racismo es una construcción social, que se puede rastrear en la historia y está enraizada en el imaginario de los sujetos. Mi objetivo en este texto es presentar algunos de estos aspectos y plantear puntos para la reflexión de maestros y maestras en los contextos escolares. Comenzaré por abordar el papel de la religión, para pasar luego al de la filosofía, la ciencia, los medios de comunicación, la educación y el discurso cotidiano, y cerrar con un breve llamado de atención.   

“Maldito sea Canaán, siervo de siervos será a sus hermanos” (Génesis 9, 25). Por increíble que parezca, estas palabras provienen de la Biblia. Corresponden a lo que se conoce como la maldición de Noé. Cuenta la Biblia que en cierta ocasión Noé se embriagó y se desnudó en medio de su tienda. Cam, hijo de Noé, al ver su desnudez, se burló de su padre contándoselo a sus hermanos. Al despertar de la embriaguez, Noé supo lo que había hecho Cam y decidió (en un acto curioso de justicia) maldecir a uno de sus hijos, Canaán. Para algunos historiadores, esta maldición es el origen del racismo y de la esclavitud de las personas negras, condenadas a la servidumbre perpetua. El pueblo cananeo se estableció en la actual Palestina y fue sometido primero por los israelitas y luego por los persas, griegos y romanos, descendientes del otro hijo de Noe, llamado Jafet. Así, en apariencia, se cumplió la maldición de Noé, aunque cabe anotar, en todo caso, que Canaán no tenía la piel negra, como tampoco la tenían sus descendientes, de manera que esta maldición no tuvo nada que ver con el color de la piel o la raza, como suele creerse. Entonces, ¿qué dio inicio a esta idea? Al parecer, fue el hecho de que los dos hijos de Cam, -Cus y Put-, quienes no fueron maldecidos, se establecieron en África. Y posteriores malas interpretaciones de la Biblia llegaron a extender la maldición a Cus y Put, y todos sus descendientes y de allí a todos los africanos, descendientes de estos.

Imagen 1. Las naciones y las razas según los lugares que poblaron los descendientes de Noé
Mapa del mundo con flechas que indican movimientos migratorios

El pueblo africano se convirtió en el pueblo maldecido por Dios.  En adelante, la maldición de Noé fue la excusa perfecta para generar la lógica del amo y el esclavo. De esta manera, los esclavistas del siglo XV y posteriores, repitieron constantemente esta historia para justificar su actuación y negar los derechos de la población africana que, de paso, empezó a representarlos como individuos producto del pecado, atados al mal y carentes de inteligencia. Incluso llegó a ser cuestionado su estatus como seres humanos. Se da inicio así a la idea de raza en la que los individuos son categorizados y clasificados en grupos diferenciados. Bajo el concepto de raza, Occidente construyó su proyecto de conocimiento y gobierno. El blanco se erigió como valor universal y cohesivo. La idea ampliamente elaborada en los discursos de la Ilustración instauró la razón como principio civilizatorio y la atribuyó de manera exclusiva a las personas blancas. Una vez sentadas las bases de la superioridad blanca, se legitimó la empresa política de gobernanza de cuerpos, la esclavitud, el saqueo, la invasión y el exterminio físico y moral de millones de personas alejadas de ese ideal de humanidad instaurado. 

    Para contribuir al sustento de las teorías de la superioridad blanca, el discurso de pretensión científica hace su brillante aparición en los siglos XIX y XX. Construye infinidad de teorías variopintas, seudocientíficas y hasta descabelladas, podríamos decir hoy día. Para algunos estudiosos, la geografía y el clima influyen en las capacidades intelectuales y morales de los individuos y permiten el desarrollo de civilizaciones superiores en determinados lugares mientras sumergen a otros en el atraso y el salvajismo. Para otros, la clave está en los factores y características biológicas de los individuos que determinan su sicología y sus comportamientos morales. La raza, como tema biológico, redujo a los seres vivos a una cuestión de cuerpos y apariencias: tamaño del cráneo, peso del cerebro, color de la piel, formas de los ojos, nariz y boca. Estas teorías construyeron ideas de cuerpos negros rudos y fuertes que no padecían dolor; cuerpos aptos para la reproducción y para realizar trabajos pesados, pero también repletos de vicios, como la pereza, la desidia o el libertinaje, en contraposición a cuerpos blancos, sinónimos de inteligencia, razón, belleza y virtud. En 1962, la misma ciencia, que había especulado con el concepto de raza, genera un punto de quiebre a esta teoría de clasificación de los seres humanos. Frank Livingston demuestra la ineficacia del concepto de raza en su influyente texto “Sobre la inexistencia de las razas humanas” (1962)1. En la década de los años 1990, con los avances de la investigación sobre el genoma humano, se concluye que, de acuerdo con el ADN, cada individuo es igual 99.9% a cualquier otro individuo, que habite en cualquier lugar del mundo2. Lo que implica que no es correcto hablar de razas para referirse a los seres humanos. En su lugar podría emplearse población, palabra que no implica juicios valorativos y que acepta precisiones, en expresiones del tipo población negra, población indígena, población del Chocó, etc. 

Imagen 2. Antropólogos midiendo el cráneo y analizando el color de la piel.
Tomado de: http://corpussomnium.com/craneometria/craneometria4/
Antropólogo prácticando craneometría en una aldea del tibet

Sin embargo, en la actualidad, la idea de razas humanas aún permanece en el imaginario de los individuos, no ya centrada en lo biológico sino en lo cultural, manteniendo así la necesidad de diferenciación. En el siglo XX, con la aparición de los medios de comunicación masiva, se extendió este imaginario diferencial, jerárquico y excluyente de los seres humanos y la constante fue la casi total exclusión de la población no blanca de la representación de la sociedad. En la televisión, la mayoría de actores, actrices, locutores, entrevistadores, entrevistados eran blancos o mestizos. La población negra o indígena permaneció invisibilizada o reducida a representar papeles estereotipados como personajes cómicos, objeto de burlas y risas, ya fuera por la apariencia, por la manera de hablar, o por los oficios desempeñados: la mayor parte, empleadas de servicio doméstico, para el caso de las mujeres, y choferes, celadores o personal de servicios, para el caso de los hombres. Recientemente, la presencia de las personas negras se asocia al deporte y a la música. La prensa escrita y la radio también desempeñan un papel fundamental en la construcción de una imagen de las personas negras como criminales, asociándolas con delitos, violaciones, hurtos, atracos o asesinatos. De aparición más reciente, la Internet ha servido para evidenciar la pervivencia del racismo, especialmente en los blogs de opinión en los que se escribe toda suerte de injurias y maledicencias frente a las personas negras o indígenas. 

Imagen 3. Mammy, la criada de Scarlett en la Película Lo que el viento se llevó
imagen de la pelicula Lo que el viento se llevó

La escuela también ha sido lugar privilegiado de difusión y (re)creación de las ideas racistas provenientes de todos los campos del conocimiento. Históricamente, escuela y racismo han ido juntos de la mano. Durante el siglo XX, bebió de las teorías filosóficas y biologicistas, ya mencionadas. Estableció un modelo educativo monocultural, bajo un principio homogeneizador, centrado en el privilegio blanco, que estandariza y niega las diferencias. Un proyecto que, en apariencia, ofrece igualdad de oportunidades a todos en cuanto a acceso, pertinencia y calidad, pero que en la práctica clasifica, jerarquiza y excluye a la mayoría de la población. De esta manera, es fácil evidenciar racismo en la administración, la gestión, el currículo o las prácticas de aula que afectan la supervivencia y los logros del estudiantado no blanco o mestizo. Tras una supuesta meritocracia, esconde el desarrollo de un espíritu competitivo en el que el esfuerzo, el amor por el conocimiento, el compromiso con el Otro, y la búsqueda de la igualdad primera pierden todo valor. El conocimiento escolar se construyó desde una visión eurocéntrica, en una relación centro periferia en la que se eliminó del currículo la presencia e historia de millones de pueblos y sujetos subalternizados o se les asignó un pequeño lugar en el campo de los saberes, las creencias, los mitos o las costumbres culturales. El desconocimiento llevó a la exotización, la extrañeza, el rechazo y el miedo hacia el Otro.  De manera que las escuelas y las aulas, lejos están de ser lugares de encuentro, diálogo y justicia social.

Imagen 4. Ruby Bridges, primera niña negra en asistir a una escuela de niños «blancos» en 1960.
Escoltada por la policía para evitar ataques racistas.
Foto de Ruby Bridges escoltada por la policía para evitar ataques racistas

Por último, pero no menos importante, está el papel del discurso cotidiano como práctica social generadora de racismo. El lenguaje nos hace humanos, pero también puede quitarnos esta condición. O, cuando menos, dejarnos heridos, como señala Judith Butler3. Existen palabras y gestos que hieren, que despojan, que inhabilitan, que deshumanizan. Existe un lenguaje del odio. Una de las funciones principales del lenguaje es representar la realidad; esto lo hacemos a través de un ejercicio básico de poner nombres a las personas, las cosas y los fenómenos. En esa acción de nombrar empiezan las primeras formas de racismo a través del lenguaje. ¡Negro!, ¡negrito!, ¡mi negro! constituyen formas de interpelación en las que “nosotros”, como sujetos blancos construidos desde el privilegio, nos atribuimos el derecho de nombrar al Otro. Pero no por su nombre, sino mediante la reducción de su humanidad a un rasgo fenotípico, en un proceso metonímico de la parte (piel) por el todo (ser humano). No satisfechos con ello, le atribuimos calificativos (adjetivos) y acciones (verbos) despectivas, cargadas de estereotipos y prejuicios. Luego justificamos estas apelaciones con retóricas de diversa naturaleza, basadas en la superioridad, el extrañamiento, la amenaza cultural y física, etc.  Aunque, no sin antes aclarar que: “yo no soy racista, pero…”, concesión aparente que inicia con una representación positiva del hablante, en el primer término, o como diría Goffman4 con una acción de “protección de la cara” (entiéndase “cara” como imagen de sí) y, concluye, en un segundo momento, con la afirmación que en realidad se quiere expresar y que suele implicar una representación negativa del Otro. 

Hasta aquí se deja ver la punta del iceberg de algunos factores que influyen en el racismo. Corresponde a todos y cada uno de nosotros y nosotras profundizar al respecto. Si la tendencia actual es a negar el racismo, a asociarlo con el pasado y a ubicarnos en supuestas épocas posraciales bajo el escudo de lo políticamente correcto, no olvidemos que, para Occidente, como señalaba Sartre5, el “racismo es una pasión”. Va, viene y se transforma, pero siempre está presente. No olvidemos tampoco que el racismo no es un asunto privado, individual, de sujetos racistas, como se suele hacer creer. ¡No! El racismo es un hecho sistemático, estructural que permea la sociedad y que tiene efectos en millones de personas que ven violentados sus derechos, que ocasiona daños en su autoestima y que compromete su vida misma.

Logo del movimiento no al racismo
  • 1. Livingstone, F. (1962). On the nonexistence of human races. Current Anthropology, 3, 279-81.
  • 2. Barbujani, G. (2016). El lugar de la raza. En M. Aime, (Ed.), Contra el racismo (pp. 25-72). Barcelona: Editorial libros.
  • 3. Butler, J. (1997). Excitable Speech. A politic of the performance. New York: Routledge.
  • 4. Goffman, E. (1970). Ritual de Interacción. Buenos Aires: Tiempo contemporáneo. 
  • 5. Sartre, J. P. (2011). Prefacio a Los condenados de la tierra (pp. 7-25). Tafalla: Txalaparta.