Identidades étnicas, belleza y “pelo malo” en contextos escolares

8
Foto de Sandra Soler en la página del DIE-UD
Sandra Soler Castillo
Doctorado Interinstitucional en Educación
Ilustración de niña afro enfocado en su cabello
Imagen1. Ilustración tomada del Facebook del colectivo Chontudas

Nada pareciera más personal que la manera cómo elegimos llevar el cabello, peinarnos o la ropa que decidimos usar en nuestra cotidianidad; sin embargo, las expresiones de la individualidad son encarnaciones de normas, valores y convenciones sociales que interiorizamos a partir de ciertas expectativas sociales y culturales. Me interesa en este texto hablar del cabello como marcador simbólico. Centraré la atención principalmente en el tema del cabello como material simbólico fundamental en la construcción de las identidades étnicas y en el papel de la escuela en la producción y reproducción de estereotipos y prejuicios estéticos, racistas y discriminatorios.

Identidades

Preguntarse por las identidades, si bien pasa por cuestionarnos quiénes somos o de dónde venimos, es un factor fundamental para entender la manera como se han construido las diferentes representaciones de las identidades a lo largo de la historia y cómo esto influye en la representación que tenemos de nosotros mismos.

Las identidades se construyen a partir de la relación con los otros. Son relacionales en el sentido que dan cuenta de prácticas de diferenciación y de marcación de un “nosotros” frente a un “otros”. Cumplen la función de cohesionar los grupos sociales, pero también de diferenciarlos. De modo que identidad y diferencia se constituyen en dos caras de la misma moneda. Sin embargo, en esta relación, los dos lados no tienen igual valor, su peso está determinado por el poder y por las jerarquías sociales y culturales. De allí que en muchos casos la diferencia sea sinónimo de sometimiento, dominio y exclusión.

Las identidades étnicas

Desde la sicología social, que plantea la existencia de distintos tipos de identidades, la identidad étnica hace referencia al sentido de pertenencia a un grupo étnico y a la parte de los procesos emocionales, de acción y pensamiento que se derivan del reconocimiento de la etnicidad, por lo que la identidad étnica apunta al significado subjetivo de pertenecer a determinado grupo étnico.

Si bien, se considera que la identidad étnica se hace especialmente relevante durante la adolescencia, es importante verla como un proceso que inicia temprano en la vida del individuo y que comienza con procesos iniciales de autoidentificación a partir del uso sistemático de una categoría étnica para referirse a sí mismo (entre los 0 a los 3 años), por las actitudes que implican valoraciones de dicha autoidentificación (desde los 4 años) y por preferencias étnicas que implican la identificación afectiva con dichas categorías (entre los 5 y los 10 años).

Belleza y “pelo malo”

La idea de lo bello en Occidente se ha definido en contra de las personas negras y representa una continuidad discursiva compleja que abarca distintos campos del conocimiento y las ideas. La belleza tiene que ver con las maneras de mirar y cómo se nos ha enseñado a hacerlo a lo largo de la historia. Los griegos transformaron la manera de ver el cuerpo e instauraron la concepción de lo bello y lo deseable para Occidente. La idea de pueblos y personas civilizadas y bárbaras supuso una primera división social a partir de la cual se instauró un sentido de perfección y superioridad de lo humano como encarnación de la armonía y la virtud.

De modo que nuestra manera de mirar ha estado marcada por los ideales clásicos de perfección y por los prejuicios frente a lo que no se corresponde con dichos ideales. La figura femenina ha estado en el centro de la discusión y aunque casi todas las culturas del mundo han desarrollado formas de ver a la mujer, en la actualidad, el impacto de la globalización y el capitalismo ha dado una importancia excesiva a la manera como se ve la mujer en Occidente y ha establecido patrones de estandarización con fuertes intereses económicos. Basta solo con abrir las páginas de las revistas femeninas para ver el grado de homogeneización de la imagen de las mujeres y el poco margen de la diferencia.

En los siglos XVII, XVIII y posteriores, cuando el poder se articuló a la raza a partir de discursos biologicistas que instauraron diferencias en cuanto a la racionalidad, la inteligencia, la belleza y la virtud, los marcadores corporales más visibles como la piel y el cabello se convirtieron en signos tangibles de la diferencia racial con dimensiones fuertemente simbólicas, cargadas de connotaciones negativas. Con la idea de raza se fijó un sistema de clasificación simbólico del color en el que el blanco y el negro se convirtieron en los significantes de la polarización del ser humano, con la superioridad y la inferioridad como valía respectiva. Distinción que condujo a más diferenciaciones del tipo bonito/feo, deseable/no deseable, estético/no estético, esenciales para legitimar el racismo.

Durante las décadas de los años de 1970 y 1980 se desarrolló fundamentalmente en Estados Unidos un movimiento de reivindicación de los valores africanos y afrodiaspóricos, con movimientos sociales como el “Black power” y el “Black is beautiful”, principalmente. La belleza, en general, y el cabello y los peinados, en particular, se convirtieron en temas políticos a los que podría aplicarse políticas de resistencia a partir del restablecimiento del orgullo negro. En un primer momento, el tema se abordó desde el punto de vista sicológico a partir de las consecuencias del racismo en la psiquis del sujeto negro. Aspectos como los productos para el blanqueamiento de la piel y para el alisado permanente se interpretaron como formas de alienación o como expresiones de complejos de inferioridad del sujeto negro. Posteriormente se desarrollaron discursos que trataron los peinados como actividades y prácticas específicamente culturales y, por tanto, simbólicas que sirvieron de base a los debates de la “identidad negra”, junto con otros temas como la música, la danza, la indumentaria y en general el arte como respuesta creativa y política a la legitimación de un orden en la sociedad que dejó a los sujetos negros por fuera.

Dos mujeres luciendo su peinado afro
Imagen 2. La activista e intelectual Ángela Davis y la nobel de literatura Toni Morrison luciendo su peinado afro en la década de 1980

En la actualidad, aunque pudiera decirse que el discurso biologicista que sirvió de base del racismo ha sido cuestionado y rebatido científicamente, aún perduran en el imaginario de las personas estas ideas; de lo contrario, no se explica por qué seguimos hablando de “pelo bueno” y de “pelo malo”. Decimos “pelo bueno” porque lo atribuimos a las personas blancas que mayoritariamente tienen cabello liso y lo asociamos al ideal de belleza establecido en Occidente y decimos “pero malo” por asociación con el pelo de las personas negras, en general, un cabello “ensortijado”, “duro” o “lanudo”.

De esta manera, Occidente estableció lo que algunos llaman una iconografía de la inferioridad en la que la figura de las personas negras se usa para ridiculizar al otro racializado. Se hizo en los libros de texto que presentaban a los niños con formas simiescas, inclinados, con los hombros caídos y los pies y las manos grandes; se hizo en la publicidad, se hizo en los libros infantiles, que estereotipaban la figura de las personas negras y sus aptitudes, se hizo en las novelas decimonónicas en los que las personas negras aparecían únicamente como esclavos o sirvientes, y se hizo en los espectáculos tipo comedia y variedades en los que el habla de las personas negras se ridiculizaba y en los que solo bastaba con untarse tinta negra en la cara y usar una peluca al estilo afro para representar a una persona negra. Se hizo y se continúa haciendo, aunque cada vez, en apariencia, de manera más sutil, como se muestra, por ejemplo, en la publicidad de la marca de ropa Gap:

Publicidad de la marca Gap con tres niñas blancas y una niña afro
Imagen 3. Publicidad de la marca Gap

La belleza en las escuelas

Como vimos en la primera parte de este texto, niños y niñas construyen sus identidades a edades muy tempranas a partir del descubrimiento de sus rasgos físicos y de la comparación con otros niños y niñas. Las identidades étnicas se construyen tempranamente y muy pronto son objeto de las primeras valoraciones a partir de la adscripción a la categoría étnica. Si bien, se inician en los contextos familiares más cercanos, las identidades étnicas se refuerzan en los contextos escolares, donde se acentúan los procesos comparativos entre individuos y grupos. El desarrollo de la percepción de las diferencias étnicas y la habilidad para aplicar tales diferencias a sí mismo determinan la valoración y conservación del atributo étnico. De allí que los procesos iniciales de identificación sean fundamentales y la escuela sea un lugar privilegiado para construirlos y reforzarlos positivamente. Aunque sabemos que no siempre es así y que, por el contrario, mayoritariamente, contribuye a desvalorizar y condenar las diferencias.

Veamos un caso de las dinámicas étnicas que suceden a diario en los colegios, referida al tema que venimos tratando en relación con las ideas de belleza y en particular con el cabello de las niñas afrodescendientes. Presento dos entrevistas realizadas a dos niñas, compañeras de curso, una “negra” y otra “blanca”, según sus autodenominaciones.

Melissa, niña negra de 11 años

ENT.: ¿Cómo te sientes perteneciendo a la comunidad afrodescendiente?
MEL.: Pues es que a mí me molestan por ser así y eso no me gusta, a veces me siento mal, porque las otras niñas si son todas bonitas y yo no.

ENT: ¿Por qué dices que no eres bonita?
MEL.: Por mi cabello y algunos se burlan y cuando molestan a algún niño conmigo se pone bravo como si fuera un castigo, yo creo que nunca voy a tener un novio.

[…]

ENT: ¿Cómo te sientes siendo afrocolombiana dentro de un grupo de niños y niñas que en su mayoría no lo son?
MEL.: No me gusta, porque ellos me dicen que soy fea por ser afro.

[…]

ENT. ¿Cómo describirías tu relación con tus amigas del salón?
MEL.: Nosotras jugamos y pues una vive cerca a mi casa, entonces yo cuando salgo del colegio la acompaño hasta la casa que queda ahí al lado de la mía y con la otra a veces jugamos a los congelados o saltamos lazo, pero lo feo es que ellas a veces niegan que son mis amigas.

Valentina, niña blanca de 9 años

ENT. ¿Pero Melissa sí es tu amiga?
VAL. Pues a veces juego con ella.

ENT. ¿Y dentro de tu salón haces parte de algún grupo?
VAL. Sí, somos Lorena, Angie y yo, las divinas. (Se ríe)

ENT. ¿Por qué las divinas?
VAL. Ah pues porque somos las niñas más bonitas del curso.

ENT. ¿Y Melissa no hace parte del grupo?
VAL. ¡No, qué tal!

ENT.: ¿Por qué no?
VAL: Pues porque ella es negrita.

ENT: Ah, ¿y entonces, ustedes cómo son?
VAL.: Pues no somos así, somos con la piel blanca y somos bonitas, además los negros siempre pelean.

Melissa es una de esas tantas niñas negras que sufre en las escuelas bogotanas por la idea de belleza que se ha instalado y que se refuerza a diario a través de los medios de comunicación. A sus 11 años cuestiona su cuerpo y su belleza. Su identificación como afrodescendiente la aleja de los ideales de belleza que la diferencian de otras niñas compañeras de clase y, por tanto, le generan valoraciones negativas de sí misma que afectan su autoestima. Melissa se percibe “no bonita” e identifica su tipo de cabello como una de las causas que le impiden una relacionalidad temprana con sus compañeras. Junto a su autopercepción, la percepción del otro refuerza su supuesta carencia de belleza. El aislamiento en su salón de clase y en el colegio se convierte en un agravante que impide su necesaria sociabilidad. La amistad con niñas blancas parece imposible al no ser correspondida e incluso negada por las niñas “blancas”.

Valentina, a sus apenas 9 años, ya ha interiorizado el canon de belleza occidental. Su condición de niña blanca la ubica en un lugar de privilegio que le permite incluso dictaminar, a su alrededor, quién es bonito y quién no. Su autopercepción es altamente positiva, pertenece a la categoría de las “divinas”, las niñas más bonitas del curso, las niñas “blancas”. Grupo al que la niña afrodescendiente, Melissa, no puede aspirar, pues supondría un terrible atrevimiento. Así lo enfatiza: “no, ¡qué tal!”, si Melissa es una niña “negrita”. Para Valentina, el color de la piel es un indicador evidente de belleza, que además determina la posibilidad de pertenencia a un grupo.

Los casos de Melissa y Valentina no constituyen hechos aislados en las escuelas, ni corresponden tampoco únicamente a las dinámicas relacionales de niños y niñas en las escuelas. Con frecuencia, también los maestros y las maestras refuerzan estos prejuicios y generan prácticas de racismo y exclusión frente a las niñas afrodescendientes. A través de los medios de comunicación, recientemente hemos conocido los constantes casos de prácticas racistas del profesorado en las que ponen en ridículo a las niñas afrodescendientes por su cabello. El más reciente caso quizá sea el de Sara:1, una niña que en un colegio público de Bogotá fue avergonzada públicamente en la fila del patio del colegio al ser increpada por una profesora para que se quitara las trenzas de colores de su cabello. La niña empezó a hacerlo y al terminar, al verse despeinada, se puso una capucha, acto seguido, la docente, le pidió, por altoparlante, que se quitara la capucha; al no hacerlo, una niña que estaba detrás de Sara procedió a quitársela y dejar su cabellera despeinada al descubierto, constituyéndose en objeto de burla del colegio. La docente, amparada en el Manual de convivencia del colegio, justificó su accionar diciendo que estaba prohibido llevar trenzas de colores. El hecho se hizo público cuando la madre de Sara y otros miembros de la comunidad afro denunciaron el hecho como un acto claro de discriminación racial, que desconoce, primero, la importancia cultural del cabello para las mujeres afrodescendientes y, segundo, la sensibilidad del tema de la estética del cabello dentro de las niñas afro, quienes a menudo son objeto de burlas y discriminación por su tipo de cabello. El caso no ha trascendido más allá de supuestos llamados de atención a la profesora.

Caricatura sobre discriminarión a niña afro por su peinado por parte de profesora
Imagen 4. Caricatura a propósito del caso de discriminación de la niña Sara

¿Qué hacer? La belleza, un tema para posicionar, cuestionar y desaprender en las escuelas

Es fácil decir que las niñas y, en general, las mujeres solo piensan en belleza y luego se victimizan. Cuando era niña e ingresé a la escuela por primera vez, noté que era diferente a las otras niñas de mi curso. Había tres elementos que así lo mostraban: mi tono de la piel, un poco más oscuro; mi pelo negro, grueso y liso y mis rasgos faciales aindiados. Recuerdo pasármela en casa horas metida en una tina con la esperanza de blanquearme un poco y cambiar mi apariencia de manera que me pareciera más a las niñas del curso. Lo del cabello y la cara fue posterior y quizá más doloroso, mi madre -más atareada cuidando nueve hijos que preocupada por la estética- solía cortarme el pelo con capul, por lo que pronto fui objeto de burlas de niños y niñas quienes me llamaban “india”, “chorro de humo” o “güitota”, interpelaciones que causaron en mí una honda impresión y que afectaron mi autoestima por un tiempo considerable. Cuento esta experiencia personal para resaltar varios aspectos: primero, el grado de sensibilidad de las niñas en cuanto a su apariencia; segundo, el tipo de relaciones que se establecen durante la infancia escolar, en la que niños y niñas son directos y crueles y, tercero, los efectos psicológicos de las primeras valoraciones relativas a las ideas de belleza.

Aunque las instituciones educativas son lugares donde habitan las diferencias, históricamente han estado marcadas por la exclusión y el racismo. En la actualidad, en apariencia, las escuelas se acercan a ese otro “diferente”, se habla de inclusión, de respeto, de tolerancia, pero las prácticas institucionales no pasan de actividades celebraciones y conmemorativas, mientras la violencia simbólica es el pan de cada día. De allí la necesidad de recalcar que las diferencias por sí solas no crean solidaridades, que el “blanco” es y ha sido educado para leer e interpretar el mundo desde los ojos del privilegio.

El cambio educativo pasa por reconocer las diferencias sin el ánimo de controlarlas, asimilarlas o convertirlas en objetos de conocimiento. Es necesaria una comprensión crítica de la educación y las diferencias, en especial, en su relación con la raza, en la que el profesorado sea consciente de su propio privilegio racial y desde allí interrogue sus prácticas y sea capaz de escuchar la experiencia de los estudiantes marginalizados, para desde allí proponer alternativas de cambio a partir de su propia agencia y la del estudiantado. Agencia que comprenda las identidades como prácticas performativas que se juegan en el día a día en los sitios sociales y en las que niños y niñas puedan desarrollar modos de resistir.

Construir e implementar pedagogías centradas en las diferencias supone pensar formas alternativas para el encuentro con la otredad en una relación ética. El sujeto es básicamente intersubjetivo y su sociabilidad primera está dada por su relación con el otro y que requiere pasar necesariamente por lo que Levinas (2012)2 denominó acogimiento, como forma de hospitalidad. Esta nueva relacionalidad supone, también, limpiar la mirada con la que nos aproximamos al otro; mirada evaluativa, sucia, desprendida, que causa heridas; mirada de la superioridad, la burla, el desprecio y la humillación.

La educación requiere miradas limpias, transparentes, empáticas, que reconozcan la fragilidad y la vulnerabilidad y que conviertan el acto de enseñar en un gesto amoroso. Educar la mirada supone también saber orientar la mirada, establecer qué es importante y qué no, en últimas, saber dónde enfocarse. Tradicionalmente, la escuela ha priorizado ciertos contenidos y hacía allí ha dirigido la mirada. En general, ha sido la figura masculina la que ha establecido estos contenidos, de allí que asuntos como la belleza hayan quedado por fuera de muchos currículos e incluso por fuera de muchas agendas políticas. Solo recientemente, las mujeres han podido posicionar temas que afectan sus vidas y sus experiencias. Las escuelas están en mora de hacer eco de estas preocupaciones. La belleza debe constituirse en un asunto de reflexión en las escuelas porque la belleza es también un asunto ideológico y una construcción histórica que ha orientado y orienta el devenir de la humanidad. Al menos la mitad de la población experimenta el efecto de dichas ideas.

Históricamente, las niñas han sido colonizadas por ideas de belleza establecidas desde el canon occidental que ha fijado el ideal de belleza como aquel de la mujer blanca, de cabello lacio y delgada, al margen también de ideas como la juventud. Educar la mirada, supone entonces que las niñas, en especial las niñas negras, puedan contemplar y valorar otras estéticas, otras maneras de ver la belleza que les permitan desarrollar herramientas que alimenten los juicios, en los que ellas puedan sentirse bien consigo mismas, conformes y satisfechas con su apariencia física. No es un secreto que la autoimagen y la valoración de sí mismo tiene efectos performativos. Una niña que acepta y valora positivamente su figura se siente valiosa, capaz, competente y puede llegar a tener mayor posibilidad de realización personal y social.

El cuerpo y su apariencia no es solamente un tema estético, es también un tema político, con fuertes intereses económicos en el que las industrias del entretenimiento han jugado un papel fundamental en la desracialización de los cuerpos, principalmente femeninos. En consecuencia, el cuerpo es el primer territorio que se requiere apropiar, valorar y defender. Como lo recalca Malle Beleña, una activista chocoana por los derechos de las mujeres:

Generalmente creemos que el cuerpo es lo último, pero yo digo: el cuerpo es mi primer territorio para apropiarlo; si no defiendo mi cuerpo y si no lo quiero y este es el espacio en el que habito, ¿cómo voy a ir a defender los derechos humanos? No puedo defender ningún derecho, ningún territorio, si no he aprendido a defenderme a mí misma de todas las agresiones que vemos en la publicidad y de los ataques de la gente cuando nos miran feo o cuando no nos aceptan en un trabajo porque somos consideradas feas”. (En entrevista personal).

Necesario es, entonces, posicionar el tema de la belleza en las escuelas y generar espacios en los que la niñez afrodescendiente aprenda a enfrentarla. Las niñas necesitan identificarse con la iconografía que se les presenta, con la que se ilustra los textos escolares y con el material didáctico que utiliza el profesorado. Hay aspectos cruciales por lo sencillos. La activista e intelectual afrodescendiente María Isabel Mena lleva años intentando posicionar la idea de que el “lápiz color piel” con el que se trabaja en las escuelas, no es en realidad “El color piel”; insiste en que debe ampliarse el espectro e incluir tonos más oscuros con los que la niñez negra pueda identificarse. En ocasiones, el profesorado asume y repite prácticas y discursos sin detenerse a pensar si éstas tienen sentido para todo el alumnado. El lápiz “color piel” representa sólo una mínima parte de la niñez colombiana y latinoamericana. En la escuela, como en otros espacios, pequeños aspectos simbólicos pueden hacer la diferencia.

Foto de niña afro sosteniendo ilustración de niña afro con capa
Imagen 5. Correspondencias iconográficas

La escuela debe trabajar de la mano con la familia y la comunidad. Las madres de las niñas afrodescendientes desde hace ya algún tiempo han entendido el problema, porque ellas también han vivido y padecido el mismo proceso, de manera que han hecho un arduo trabajo de autorreconocimiento y autoafirmación con sus niñas. Los movimientos sociales de mujeres afrodescendientes también han hecho su trabajo. Son innumerables los colectivos cuyo tema principal se centra en la estética afro; activismo estético, lo denominan y busca posicionar la idea de la belleza de la gente negra, convencer a las mujeres negras para que dejen su cabello en estado natural y descolonicen sus cuerpos como formas de resistencia. Activismo que insiste en el papel central de la educación temprana en el hogar y la comunidad para que las niñas aprendan a querer y aceptar su aspecto físico, en particular su cabello. Movimientos comprometidos también con el trabajo en las escuelas. Innumerables son los talleres de peinados, manejo del cabello y sensibilización frente al tema de la estética del cabello que estos movimientos han realizado en las escuelas3.

Trabajar conjuntamente entre escuela, familia y comunidad parece entonces ser el camino más expedito para que las niñas afrodescendientes, en particular y las niñas blancas y mestizas, en general, aprendan a mirar la belleza de otra manera y puedan entenderla a la luz de dinámicas simbólicas y culturales y como producto de prácticas sociales y económicas más amplias.